El reloj que se detuvo

Había una vez un hombre que trabajaba en una pequeña tienda de relojes en el centro de la ciudad.
Cada día, desde hacía más de veinte años, reparaba piezas diminutas con la misma paciencia: engranajes, agujas, resortes…
Le gustaba pensar que, de alguna forma, ayudaba al tiempo a seguir su curso.

Pero una mañana, mientras abría la tienda, notó que su reloj favorito —uno antiguo, de bolsillo, regalo de su padre— se había detenido.
Intentó darle cuerda, revisó su mecanismo, pero nada funcionaba.
Era como si el tiempo, de repente, hubiera decidido hacer una pausa.

Durante días, el hombre siguió trabajando con normalidad, pero algo dentro de él cambió.
Dejó de mirar el reloj cada pocos minutos.
Empezó a notar la luz que entraba por la ventana, el aroma del café recién hecho, el sonido de la gente al pasar.

Por primera vez en mucho tiempo, no tenía prisa.
Y fue entonces cuando comprendió algo que había olvidado:
que la vida no se mide por las horas que pasan, sino por los instantes que se viven con conciencia.

Un día cualquiera, mientras limpiaba el mostrador, el viejo reloj volvió a latir.
Sin haber tocado nada, empezó a moverse otra vez, marcando un nuevo compás.
El hombre sonrió, entendiendo el mensaje que la vida le había susurrado:

“El tiempo no se detuvo. Solo esperaba que tú volvieras a vivir.”

Desde aquel día, cada vez que alguien entraba a su tienda y decía:
—Mi reloj se ha parado.
Él respondía con calma:
—A veces no se para el reloj… se para el alma. Pero todo vuelve a moverse cuando uno aprende a respirar.


Mensaje final:
A veces la vida se detiene para recordarnos lo esencial: que no todo se trata de avanzar, sino de sentir el momento presente.
El tiempo no siempre corre, a veces nos espera.

Visited 10 times, 1 visit(s) today

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *